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«- ¿Qué es la Realidad?» , le pregunto a CleverBot  fijando la mirada en el monitor:

«- Realidad es una palabra.» 

Tenemos aquí a una inteligencia artificial programada para responder como un humano con celebrado éxito –CleverBot fue calificado como «humano» por un 59,3% en un Test de Turing realizado en 2011- dando una respuesta tan concisa, certera e irrefutable que, unida a hechos recientes –el escándalo en torno al lesionado safari de S.M. el Rey Juan Carlos I-, invita a reflexionar sobre lo «REAL» (como dicen los anglosajones, «no pun intended», sin juegos de palabras, sin coñas ni dobles sentidos, que no está el patio para ponerse republicano) y su construcción.

Analizar el proceso de según el cual se configura nuestra realidad, está a medio camino entre la sociología, la filosofía y, en base a nuestro insolvente criterio, la etnología. Como señalan Peter L. BergerThomas Luckmann «Lo que es «real» para un monje del Tíbet puede no ser «real» para un hombre de negocios norteamericano.»

Éste justificado relativismo ontológico ha fructificado con éxito en algunas tesis neoliberales que, llegando al extremo de lo sensato, aseguran que la realidad no es algo absoluto, sino un subproducto de la conciencia humana ( así lo expresa Barbara Ehrenreich citando un artículo de la revista «Fortune» en su excelente ensayo «Sonríe o Muere: la Trampa del Pensamiento Positivo» al que volveremos en otro post).

Para no perdernos -hasta ahora solo ha hablado claro una entidad robótica- acudiremos a John R. Searle, que distingue entre «hechos brutos» y «hechos institucionales».

Los hechos institucionales existen según el acuerdo de instituciones humanas. El ejemplo más claro es el dinero: en la frutería no te cambiarían un montón de manzanas, un racimo de plátanos y un kilo de patatas a cambio de un papel primorosamente grabado de no existir una convención acordada por la que el billete de cinco euypos, funciona como puntero de memoria señalando a arcas económicas más gordas (perdón por la arriesgadísima metáfora informática).

Los hechos brutos son independientes del acuerdo humano aunque necesitan de la institución del lenguaje para ser enunciados. Siguiendo con Searle, para que un hecho bruto exista como tal, como enunciado debe distinguirse del enunciado mismo.

Es hora de invitar a Rene Magritte para que nos presente esta maravilla titulada «La Traición de las Imágenes» como ejemplo que arroje bella luz ante tanto lío ontológico.

Aunque para referirnos a un mamífero del orden Proboscidea las denominaciones taxonómicas (otra convención humana) estén sujetas a cambios -la familia «Pachydermata» (piel gruesa), que incluía hipopótamos y  rinocerontes, queda obsoleta dando paso a «Elephantidae»-  todos creemos en la existencia de los elefantes aunque seamos tan antiguos y acientíficos como para llamarlos paquidermos.

Reconozcamos que vemos pocas, pero reconocemos una pipa y la diferenciamos de su representación. Algunos, los más viejos y viajados por los espacios y el tiempo, reconocerían hasta sus distintos olores.

Llegados a este punto podemos jugar a ser tan taxativos como CleverBot y concluir que «elefante», «realidad» e, incluso, «S.M. Juan Carlos I» (en adelante SMJCI) son por un lado palabras y, por otro, hechos susceptibles de análisis en mayor o menor grado: SMJCI es bastante más complejo que un elefante, parece.

No queda duda de que, si queremos entender algo, es preciso conocer bien el lenguaje. Conjuremos, pues, a la institución que «limpia, brilla y da esplendor» a nuestra lengua: según el DRAE, en su primera acepción «REAL» es aquello «Que tiene existencia verdadera y efectiva».

Por extensión, algo es real si no es mentira. Si alguien nos dice algo que no es mentira, es sincero.

El diario ElMundo nos regaló un análisis sobre el discursito, por lo breve, de SMJCI en relación a su safari y ruptura de cadera firmado por Rafael López, que no dirige una Académia sino un «Club»: El Club del Lenguaje no Verbal. Una institución sobre instituciones que nos recuerda poderosamente a las que ideó C. K. Chesterton (sirva para el caso «El Club de la Réplica Inteligente» que se inscribe dentro de «El Club de los Negocios Raros«).

López analiza los gestos reales y deduce que la las disculpas son sinceras, por si poníamos en duda que fueran reales.

Vemos en pantalla a un anciano arrepentido. La pregunta que nos hacemos es: «¿Arrepentido de qué?; ¿qué no volverá a hacer?.

«Lo siento mucho, no volverá a ocurrir» nos dicen que son palabras sinceras. Ese «Lo» creo que funciona como anáfora, como partícula deíctica que, acudimos de nuevo a la RAE, recogería «el significado de una parte del discurso ya emitida».

Pero, ¿qué parte es esa?. ¿Tiene que ver con la afición de los poderosos por las cacerías de todo tipo?. A lo mejor, lo que quería decirnos SMJCI es que no va a tener más tratos oscuros ante sus siervos, que romperá relaciones con todo lo que tenga que ver con nombres como «cacería», «Corinna» o «Wittgenstein«. Vaya, con lo bien que nos vendría a todos estudiar y comprender  el «Tractatus Logico Philosophicus» wittgensteiniano…

En fin, para ir acabando, recupero una frase de la película dirigida por Barry Levinson  «War the Dog» («La Cortina de Humo»): «Solo si la jodes se enteran de que ha pasado algo».

Lo dice Dustin Hoffman caracterizado de un productor de Hollywood contratado para urdir una guerra falsa contra Albania y tapar, antes de las elecciones, el escándalo sexual del Presidente con una menor.

Parece que son estas fisuras, estos errores, los que proporcionan cierta ventaja a la hora de analizar los procesos de construcción de la realidad.

Sin embargo, resulta una tarea más compleja y arriesgada que matar a un elefante durante unas vacaciones.

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Nota sobre la ilustración:

Jean de Brunhoff, basándose en los cuentos que su esposa ideaba, creo al elefante Babar, que fue rey de la selva tras conocer las ventajas de mundo occidental. Nada mejor que un Rey Babar,  con cualidades 3D distorsionadas, para ilustrar este post confuso y paquidérmico.

Como explica Guillem Martínez en su artículo de Elpaís, la huelga no fue solo una convocatoria para personas sindicadas, sino un acto de protesta ciudadana en el que participamos muchas: precarios, autónomas, explotados, cansadas, hastiados, preñados (futuros padres) e, incluso gente estúpida como la que escribe esto, que confundieron la «etiqueta» dando pie a esta reflexión y muchas risas.

Pocas ocasiones tendremos durante esta maestría de evaluar cómo las redes facilitan la comunicación ciudadana, cómo surgen mil nodos de información y, en suma, cómo podemos participar en la acción social como la que supone la pasada Huelga General.

En Toma la Huelga nos animaban a compartir cada una de la convocatorias, fiestas y demás, que se hubieran acordado en las asambleas de barrios. Así lo hicimos.

Introduje en el pad -herramienta de escritura colaborativa on line- las propuestas de mi barrio que, muy pronto, se actualizaron en el sitio antes mencionado.

La diversión está en cómo interpreté esta línea que corté y pegué en el pad: «comida popular de traje (traete lo que tengas a mano y ¡no compres nada ese día!)» (sic).

Tenía previsto no consumir el día 29, también participar en lo que buenamente pudiera. Al leer «comida popular» supe lo que tenía que hacer: nada impediría que en la plaza del barrio se probara una de mis tortillas que superan la célebre disyuntiva «¿con cebolla o sin cebolla?» a golpe de ajetes muy tiernos.

El problema es que fui demasiado literal en la interpretación del mensaje «comida popular de traje«.

Me pareció tan divertido vestir un traje, la apropiación de una imagen para subvertirla  -¡disfrazarte del 1%, vestir como los banqueros y los señores que controlan el mundo para celebrar que no los necesitamos!- , que estuve a punto de mover hilos paternos para conseguir, también, una corbata.

Algo me decía que me equivocaba, que quizá el hecho de acabar de comprar un «traje-pantalón-ganga» por 28, 39 Eurers para parecer seria si me tengo que enfrentar a una entrevista de trabajo o, incluso, para parecer aún más seria en la presentación de mi TFM, estaba nublando mi visión del mundo. Y así fue.

Aparecí en la plaza trajeada y con la rica tortilla recién hecha y cortadita en trozos. Unas 50 personas degustaba viandas sentados en los bancos, escalones, suelo, en un ambiente muy cordial. Por supuesto, nadie llevaba traje.

Tras un tímido acercamiento a los primeros grupos, tras el saludo y la invitación «- ¡Hola! ¡¡¡Feliz jornada!!! Esto es un éxito, hay bastante gente. Acabo de hacer esta tortilla ¿Queréis probar?». me encontré con miradas desconfiadas y negativas a probar mi aportación al festín.

Nerviosa, seguí paseándome y ofreciendo un bocado con el mismo resultado negativo. Pregunté si había algún sitio donde dejar la comida y uno de los grupos me indicó que no con cierta desgana.

Por un momento no entendí nada. Me sentía ridícula, fuera de contexto y, en cierto modo, indeseada.

Cuando recibí la enésima negativa, decidí abandonar la tortilla a merced de los elementos y largarme con las orejas gachas. Entonces, escuche unas vocecillas: unos niños querían probar. Les gustó tanto que repitieron y se animaron también sus padres. En vista de el éxito infantil, me aproxime a un grupo más alejado en el que había también niños pequeños.

Resulta que ese grupo también me miró raro al principio ¡y eso que eran mis amigos del alma que no me reconocieron! Así de feo es mi traje y así parece que, queramos o no, todos seguimos pensando que el hábito hace al monje.

Esta anécdota puede servir de ejemplo sobre cómo a veces la alteridad se mide por sus rasgos más superficiales y de la importancia de conocer los contextos, el lenguaje y el «habitus«.

Mi mala interpretación de un mensaje, la «comida popular de traje», en lugar de convertirse en una broma celebrada por todos, me hizo estar fuera de contexto. Mi representación se interpretó como algo negativo. No me gustaría en ningún caso que esto parezca una crítica a las personas allí reunidas, en absoluto. Querría subrayar que, de no ser tan mema y no haber cometido este error, probablemente me hubiese comportado igual. No en vano, soy una más vista como vista o me vean como me vean.

Estar, por una vez, en el lado de «los otros» sin quererlo me invita a pensar hasta qué punto damos importancia a los símbolos y estereotipos, representados aquí por el traje, descuidando la finalidad del mensaje: una jugosa tortilla cocinada con amor para compartir en un acto ciudadano de protesta.

También cabe mencionar cómo la interpretación de los mensajes pude verse perjudicada por la prisa, la presión, la emoción, el miedo… en fin, todo eso que puede nublar la cabeza de una torpe oficinista a la que participar en la huelga supuso malas caras de empleadores, compañeros y otras jamás imaginadas.

La imagen que ilustra este post es una remezcla de un fan-art de la serie «Como Conocí a Vuestra Madre» (How I Met Your Mother); en concreto sobre uno de sus personajes protagonistas -Barney Stinson-, cuya máxima es: «Ponte Traje».

Cuando queráis, quedamos para tomar un café y hablar sobre prejuicios (burgueses y de nueva cuña). Será una cita a ciegas en la que seguro me reconoceréis:  seré la del trajepantalón subversivo demodé.

adios escuela 2.0.«En el fondo, el objetivo final de Escuela 2.0 es la búsqueda de la calidad y de la equidad en la educación del siglo XXI. Es decir, formar, con los  recursos que  la revolución tecnológica pone al alcance de toda la sociedad, ciudadanos críticos, socialmente activos, cultos, cada vez mejor preparados  profesional y personalmente y sobre todo hombres y mujeres buenos, libres, sabios y felices.»

Antonio Pérez Saez, Director del Instituto de Tecnologías Educativas, definió este objetivo casi utópico al final del documento «Escuela 2.0. ¿Por qué en este Momento?«, publicado en febrero de 2011.

Decimos «casi» cuando deberíamos decir de facto, a la vista de la reciente decisión del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (¿Circo y Tauromaquia?) de frenar en seco, volver la vista atrás y aceptar, voluntariosamente, un recorte más en la inversión tecnológica destinada a la escuela pública y concertada porque España va mal y todos debemos ir más rectos. Rectitud que, creo, debe pasar por modelos educativos verticales y, a ser posible, segmentados por términos tan feos y demodé como clase social o el habitus definido por Pierre Bourdieu, que tan poco gusta a la sociología de compromiso burgués francesa típica en autores como Maffesoli o Lipovetsky. En suma, no se puede gastar en cosas que no se pueden vender, lo público, ante el horizonte oscuro del déficit.

El diario ABC se dio mucha prisa en publicar la noticia, llamando al proyecto «Plan Gabilondo» y dando por hecho su ineficacia. En el artículo, el Ministro José Ignacio Wert, José Manuel Lacasa, director del Instituto de Tecnologías Educativas y  Mariano del Castillo, director del Instituto de Técnicas Educativas de CECE (Confederación Española de Centros de Enseñanza), llegan a esta conclusión: según el informe PISA se ha demostrado que el proyecto es negativo para el rendimiento de los alumnos. Según ellos, se trata de una experiencia «extremadamente imprudente en su concepción y aplicación» que debería haber estado avalado por «algún estudio o algún experimento previo o, al menos, alguna prueba a pequeña escala antes de aplicarlo a todos los alumnos».

Estas tesis nacen en la «Jornada de Tecnología Educativa» del 15 de marzo de 2012, donde se presenta el “Informe de Tecnología Educativa 2011”.

Ante la imposibilidad, quizás por depender de una institución privada, de encontrar esta fuente secundaria tan necesaria y golosa para muchos de los proyectos de investigación que se están realizando en el ámbito de nuestra maestría, vamos a ver a qué se dedica la institución presidida por el Sr. del Castillo, CECE.

En su página encontramos que CECE es «una organización empresarial del sector educativo privado que asume y representa los intereses de miles de empresas educativas«.

No dispongo de las herramientas ni el tiempo necesario para evaluar la eficacia del proyecto «Escuela 2.0.»  ni para encontrar sentido a los razonamientos de sus detractores.

Simplificando al máximo, no deja de parecer muy curioso que entidades que representan a la educación privada vengan a evaluar la educación pública.

Una búsqueda, aún más simple que nuestros razonamientos, nos lleva a encontrar fisuras en los planteamientos de Wert y compañía.

Según éste artículo de el diario «El Mundo», el uso de las Tics aumenta en las escuelas privadas. De hecho, la dotación tecnológica suele ser uno de los reclamos publicitarios que más utilizan estos centros.

Por otro lado, esta vez sin problema alguno, podemos encontrar los resultados de las encuestas de evaluación del proyecto «Escuela 2.0.» realizadas a docentes.

Entre las conclusiones cabe destacar que «La mayoría del profesorado (75%) reconoce que la presencia de las TIC en el aula tiene un impacto relevante sobre la mejora de la motivación del alumnado en su implicación en las tareas de clase, y que les está obligando a realizar algún tipo de innovación en la metodología didáctica».  No hemos encontrado ninguna mención a que los alumnos se distraigan más o «que con datos estadísticos en la mano» se demuestre «que los centros españoles en donde se había introducido el ordenador a los diez años estaban teniendo un rendimiento escolar más bajo» como dicen en el artículo de ABC.

Claro que ahí y aquí, por mencionar tan solo un ejemplo encontrado en ese proceloso mar de datos recursivo hasta la náusea que supone la Red cuando tratamos estos asuntos, nos aseguran que el gobierno anterior -disculpad que no pueda decir socialista- ocultó información que demostraba el impacto negativo de los ordenadores en el aula pública.

Nos encontramos de nuevo ante un cristal oscuro, un espejo que refleja en nuestra pantalla controversias difíciles y muchas preguntas ¿sin posible respuesta?.

Las ficciones, esas fuentes secundarias sin pretensión, nos pueden ofrecer vías argumentativas mucho más accesibles que los oscuros informes privados.